Hace dos semanas declararon la cuarentena, o como de otra forma se dice, el aislamiento social preventivo obligaorio.
Y hace dieciocho días la estoy cumpliendo, quedándome en casa, saliendo sólo para lo necesario, trabajando desde acá, pintando todos los días un poco y proyectando algunos planes a corto plazo, pequeñas cositas que quiero hacer cuando todo esto termine.
CUÁNDO. No se sabe. Nadie lo sabe.

Es la primera vez en veinticinco años que experimento una incertidumbre así, todo el mundo está en vilo a causa de un virus que se esparció tan rápido y tan fuerte como una estampida, entremedio, muchas noticias falsas, conspiraciones, paranoia y miedo. Nada es lo que parece y siempre resulta peor que lo que dicen.

Todos nos detuvimos, dejamos de hacer lo que estábamos haciendo, o postergamos aquello que íbamos a hacer, el ritmo y las prioridades cambiaron aunque haya todavía mucha gente que no parece dispuesta a entenderlo, y pone en peligro a todos a su alrededor.

Por estos días me gusta fantasear, un poco, con las pequeñas flexibilidades que nos concederán después que el aislamiento termine, si es que termina en la fecha pactada. Supongo que lo que más se apodera de mí es la ansiedad, no por los días que llevo y por los días que me quedan, sino por el peligro inminente que todos corremos estando afuera. El riesgo por tan sólo respirar aire fresco, es muy alto.

Es la primera vez en la que realmente tengo miedo de perderlo todo.

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