El problema, al comienzo del día era siempre el mismo, con una simple y notable diferencia: 
las preguntas en mi mente cambiaban porque yo cambiaba.
Lo hacía a propósito, a veces los camuflajes son perversamente curiosos, y a decir verdad, 
me sentía muy a gusto sin que nadie supiera nada de mí.

El problema, al final del día era siempre el mismo: decidir quién iba a ser en la próxima jornada.
Un costoso y delicado trabajo de apariencias para quienes saben hacerlo bien.
Puramente una cuestión de conveniencia, pensaba que, de saberlo, me hubieran comprendido.
Porque todos los ojos estaban sobre mí, pero cuando yo cerraba los míos, escuchaba a mi mente felicitarme, dándome la razón. Ya había elegido ser quien era. Ya cambiaría.

Las preguntas en mi mente cambiaban porque yo cambiaba.
Lo hacía a propósito, para entrenar la versatilidad, los camuflajes son exactamente para eso.
Perversamente curiosos, como todos los ojos que estaban sobre mí, 
pero nadie podía verme sin tener que hacer un esfuerzo, y a simple vista, nadie quería hacerlo.

Y todos prefieren creer las mentiras que generan, por eso mi vida se volvió difícil pero interesante.
Hablé por todos cuando dije que, naturalmente, nadie está cómodo con la vergüenza que acarrea la verdad, 
esa que no puede deshacerse una vez dicha.

Por eso mismo, todos prefirieron creer en las constantes y sólidas mentiras que elegí.
Esas que, con mi intención, desviaron el rumbo de sus aburridas vidas.
Y si llegaste a leer esto, no lo lamento, te felicito porque también me creíste.

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