Lo pregunté con tanta ingenuidad... casi sin creer en lo que estaba diciendo. Nadie pudo negarlo, porque todos ellos, sintieron, aunque sea por unos segundos la necesidad de desaparecer. La tranquilidad de deambular por las calles, sabiendo que nadie nos mira. La satisfacción de oír a otros discutir, sin querer ganar. Lo pregunté y nadie pudo negarlo, todos quisimos ser invisibles y aún lo estamos intentando.
Es curioso cuán ocultas pueden permanecer las intenciones de las personas. De los individuos de los cuales elegimos estar cerca. La línea es extremadamente fina. Fina o confusa, puede ser que alguien se alegre y por dentro el fuego lo esté carcomiendo, nunca se sabe, nunca se llega a adivinar qué es lo que surge en la mente de los demás. Ahí es que radica el peligro. Porque cuando más felices y extasiados estamos, corremos a contarlo, a gritarlo y especificar en detalles todo aquello que planeamos seguir haciendo para continuar siendo felices. Y no a todos eso los hace felices.
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