Nuestro juego era como un panóptico sin salida.
Yo te miraba desde arriba, por esa razón nunca me veías.
Los aullidos que llegaban a tus oídos no eran precisamente mi voz, pero la última vez que supe mirarte a los ojos, te aconsejé que los oyeras como advertencia.
¿Te guiarían? Nunca.

Nuestro juego era como una cárcel a puertas abiertas.
Yo te miraba porque habías decidido quedarte, para que me vieras.
La tinta en el papel no reflejaba por completo mis pensamientos,
pero se había nutrido durante muchos años de todo ese odio que un día te devolvería.
¿Tendría piedad? Algún día.

Nuestro final era palpable y por momentos muy cierto.
Bajamos la mirada porque el horizonte no tenía nada que ofrecernos.
Los días nos enseñaron a elegir, a tener un lado en el cual estar.
Ya no tenía ojos, pensamientos, ni años,
ya nada te devolvería.
Aprendí a dejar ir lo que no quería.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ansiedad